Al fin y al cabo, el fútbol es eso. Once tipos que cobran una fortuna cuyo único talento es patear un pedazo de cuero y meterlo en un rectángulo. Y cobran más que un médico, un abogado, un docente o un arquitecto.
Y millones de personas mirándolos alienados, poniendo sus vidas en pausa para vestirse de un color y dejar en manos de aquellos once desconocidos sus estados de ánimo para las próximas horas, los próximos días y, a veces, las próximas semanas/meses.
Mientras tanto, chicos pasan hambre, el mundo colapsa en guerras desconocidas, injusticias de todo tipo ocurren en cada esquina de cada ciudad de cada país. Y nosotros, embobados frente a alguna pantalla rezando para que nuestro equipo haga más goles que el rival.
Luciano es el líder de un club de barrio y, sin saberlo, de algo mucho más grande. Gracias a él, en el comedor De Corazón se materializa todo eso que es el fútbol que nunca se va a poder entender desde la lógica.
Cada día, los pibes y pibas de Rafaela tienen en el club un lugar para juntarse, comer algo, divertirse y más. Luciano los ayuda a crecer, les transmite valores y experiencias. Los chicos aprenden lo que es el compromiso, el trabajo en equipo, la solidaridad y la amistad. Todo eso corriendo alrededor de una pelota.
Al margen de toda lógica, la vida también es ese abrazo de padre/madre e hijo. Los valores transmitidos y los momentos compartidos con los amigos. Las sonrisas y las lágrimas. Los saltos de felicidad en el Obelisco. El vínculo eterno con los que ya no están. La identidad individual y social. Ese es el legado de once tipos detrás de una pelota.