Hay veces que un capitán es elegido de manera democrática por sus compañeros. Por ser el mejor jugador del equipo, el más aguerrido o por un capricho del DT. También como premio a la trayectoria o, simplemente, por buena persona. Hay casos, sin embargo, en que la cinta elige al jugador.
Él es Luciano, un hombre que nació con la cinta de capitán marcada a fuego en su brazo izquierdo. Porque es un líder de esos a los que seguirías con los ojos vendados sabiendo que te va a llevar a un buen destino. Porque es un motivador nato, al que te quedarías escuchando por horas sin pestañar. Porque marca el camino, porque educa con disciplina pero con amor y contención.
Porque sabe gambetear como aquellos desfachatados de antes. Le mete caños a la adversidad, le tira sombreros a la injusticia y se la clava en el ángulo a la indiferencia. Porque mira a la cara a los peores demonios de esta realidad y siempre los encara con la rebeldía de sus mejores épocas de goleador que soñaba con triunfar en la Primera de Atlético Rafaela.
Porque también conoce a sus demonios propios. Y los venció en partidos interminables, hostiles, de visitante y estando varios goles en desventaja. Porque carga con el tonelaje de sus decisiones pasadas en sus hombros, sabiendo que, a pesar de sus errores, la pelota nunca jamás se mancha.
Porque dedica su vida a que los más chicos transiten el deporte como un juego, aunque también como una responsabilidad y un conjunto de valores que vienen impregnados a la pelota.
Porque Luciano, a pesar de poder sentir el cansancio y el desgaste, nunca pide el cambio. Se levanta sobre sus rodillas castigadas por las frustraciones de cada día y vuelve a alzar el brazo pidiendo la pelota, para seguir gambeteando, tirando tacos, caños y sombreros.
Él, pese a todo, sigue marcando goles como en sus tiempos de juventud, con la “10” pintada en la espalda y la cinta de capitán marcada a fuego. La pelota siempre a Luciano, que ocurrirá otro milagro…