Daniel, como cualquier cartonero, se gana la vida juntando materiales y alguna que otra cosa que le sobre a las familias de buen corazón a las que, tal vez, le sobre algún mueble, ventilador, una tele vieja, etc. Siempre le regalan una sonrisa y un saludo amable. Él devuelve la cortesía y sigue su camino.



Y un día se cruzó con nosotros.
¿Cómo te llamás? ¿Tenés familia? ¿Buscás trabajo? ¿Dónde vivís? ¿Tu casa necesita algo en particular? Lo inundamos de preguntas. Nos involucramos. Indagamos, lo investigamos de arriba abajo. Lo quisimos conocer.
Supimos que tiene un hijo y varios sobrinos en barrio Libertador (partido bonaerense de Gral. San Martín). Y nosotros, casualmente, teníamos juguetes en nuestro depósito de alguna donación pasada. También le dimos ropa para que pueda trabajar y una estufa para el próximo invierno. Le pedimos su contacto y le dimos el nuestro, para seguir charlando. Con tres o cuatro preguntas, hicimos una nueva amistad.
Donar está muy bien. Es síntoma de empatía. Involucrarse, en cambio, es dar un paso más. Sólo tenés que animarte a preguntar.