Si las cosas hablaran…

Por supuesto, las cosas inanimadas no pueden hablar ni escribir. No tienen memoria ni registro de todo lo que van viviendo a través de los años. Es absurdo sólo imaginarse lo contrario. Pero no podemos hacernos los desentendidos: ¿Cuántas veces le otorgamos algún tipo de “vida”?

La ropa, los muebles, los juguetes no tienen alma. Es una obviedad. Y sin embargo, ¡cómo cuesta despegarse de algunas cosas! “Aquello” que tiene un significado porque te lo regaló alguien especial; “esto” que lo estabas usando en algún momento inolvidable; “eso otro” que marcó tu vida de tal o cual manera. Somos nosotros mismos los que les asignamos una historia, una vida pasada, un nacimiento y un destino. Una suerte de Humanidad que, en el fondo, sabemos que no existe.

De la misma forma que le otorgamos vida a distintos elementos inanimados, somos los responsables de firmar el fin de su vida útil. Y a veces nos resistimos, porque “dar muerte” a aquello es equivalente a asesinar su significado, su memoria y sus implicancias más profundas.

Karinay Aylín

Este caso es muy particular. Nuestra pediatra de confianza tuvo un escritorio con el que ella nació y creció como profesional de la salud. Testigo privilegiado de incontables niños y familias, fue mucho más que un mueble. ¿Cuántas experiencias tendrá sobre sus maderas? ¿Cuántas leyendas contaría si pudiera hablar?

Hoy, Kari decidió cerrar un ciclo con él. Pero ese escritorio no fue a la calle ni terminó siendo una foto perpetua en las profundidades de Mercado Libre. Tampoco podía permitir su desmantelamiento para terminar en cualquier parrilla. No. Todavía tiene muchas historias por narrar.

Aylín es una niña que conocimos en el comedor Dios Al Rescate (La Matanza). Solía dormir en la calle, sin abrigo ni contención, hasta que fue adoptada con la promesa de un destino sin límites. Ahora que va a la escuela, tiene un escritorio en perfectas condiciones para poder escribir el futuro que a ella más le guste.

Suele pasar que algunas cosas inanimadas generen vínculos extraños e inexplicables. No con palabras, eso está claro. Pero nos llevan por los laberintos de la memoria a tiempos felices, a lugares que dejaron huella o a personas que no vamos a olvidar. Nos dicen mucho de nosotros mismos, aunque, desde la lógica y el sentido común, todos sepamos que las cosas no hablan.