Yamila

La vemos ahí, a sus cuatro años, con unos ojos que te invitan a jugar con ella y una sonrisa que prende todas las luces del barrio mucho más que el sol del mediodía. Balanceándose en la hamaca del patio de Mi Pequeño Solcito, Yamila es feliz a pesar de todo, con un alma desenvuelta y un futuro sin límites.

“No sabés lo difícil que es conseguir pediatras”, cuenta su mamá. Sentimos que, en conjunto con las maestras y los profesionales de la salud, hicimos algo por su calidad de vida. Y no podemos evitar visualizarla de más grande, llevando su propio destino adonde su imaginación desee. La observamos dialogar abiertamente con Andrea y Walter, dos de nuestros médicos. Por ahí en algún punto de su vida decida ser doctora, se nos ocurre al pasar.

Tal vez termine siendo periodista. Se le nota desde muy lejos esa esencia de dialogadora, de perspicaz, de observadora.  Pero ojo, que también la vemos cuidando meticulosamente cada paso de Alexander, su hermanito de dos años, con ese corazón que sólo tienen los y las docentes de vocación.

Y se da cuenta de que a esa hamaca que tanto adora le falta un tornillo. Se baja e intenta arreglarla con lo que tiene a mano, incluso con pasto. Alma de ingeniera. Creativa, sociable, protectora, curiosa, enérgica, activa, indagadora. No nos aguantamos más las ganas de hacerle la pregunta.

- Yamila, ¿qué querés ser cuando crezcas?

- Nada. No soy grande. Soy chiquita.

Y siguió balanceándose en su lugar favorito del mundo, con esa sonrisa que rompe al medio los caminos embarrados de Barrio Primavera, sin dejar nunca de disfrutar una infancia que, en este preciso instante, parece interminable. ¿Y quiénes somos nosotros para decir lo contrario?

Ella es Yamila. Va a ser una filósofa brillante.