Barrio Primavera es una realidad gris. Como muchos pueblos carenciados a lo largo y ancho del Gran Buenos Aires, las cloacas y el agua potable son lujos difíciles de adquirir, las calles de tierra adornan fachadas sin revocar y los nubarrones en el cielo siempre anuncian peligro de inundación.
Con este panorama, el jardín “Mi Pequeño Sol” significó un manchón de luminosidad en este mapa tan apagado. Allí, en el frente del pintoresco edificio, nos recibió la principal responsable de aquel pincel que supo ponerle color al barrio.
Gimena todavía está haciendo el profesorado. Un problema familiar la obligó a interrumpir transitoriamente su sueño de docencia. “Cuando mi hija se enfermó de cáncer, dejé todo”, recordó. Pero no pudo esperar a terminar sus estudios para encarnar su proyecto.
En conjunto con algunas colegas y con la inconmensurable ayuda de los vecinos, Gimena y su variada paleta de colores dieron forma a “Mi Pequeño Sol”, un establecimiento que no se limita a educar, sino que además alimenta y contiene a los chicos/as que usan el lugar para olvidarse un rato de aquella gris y oscura realidad.
Apoyada en una de las paredes que ella misma decoró y con los brazos cruzados, ella nos cuenta todo el camino recorrido y todo lo que falta por recorrer. Que el jardín tiene un comedor, pero a veces no hay comida. Que hay una canilla, pero puede no haber presión de agua. Que hay recurso humano, pero el dinero no alcanza.
A pesar de todo, nada le borra la sonrisa. Gimena, con pincel en mano, sigue trabajando en su visión, incansable, superando cada obstáculo, con la vocación que la caracteriza a ella y a las demás docentes. Sabe mejor que nadie que la solidaridad y la empatía se contagian, se difunden, se propagan. Como un manchón de mil colores que sólo sabe expandirse incontrolablemente.