En pleno otoño, tuvimos un hermoso día de “Primavera”. Fue sábado y feriado, pero no nos importó: desde muy temprano pusimos manos a la obra, conociendo el desafío que nos esperaba y sin desviarnos de nuestro objetivo.
Antes del mediodía estábamos entrando a Barrio Primavera, donde las carencias son protagonistas. No hay agua potable ni cloacas y las inundaciones están a la orden del día ante la tormenta más tenue. Allí, en el medio de tanta necesidad, floreció el jardín de infantes “Mi Pequeño Sol”.
Gimena nos abrió las puertas de un establecimiento que aporta mucho más que enseñanza. Los niños y niñas del pueblo acuden al edificio cada día en busca de educación, contención, alimento y, sobre todo, un lugar en donde crecer y olvidarse las tragedias sociales que azotan cada día este rincón del conurbano bonaerense.
Bajamos del camión junto con montañas de juguetes, útiles escolares, papelería, elementos de deportes y algunos muebles para seguir construyendo una institución esencial para los pibes y pibas de la zona. ¡Ah! También aportamos bidones de agua potable, una de las carencias más importantes contra la que luchas las docentes del jardín.
“Cuando empezaron los vecinos a hacer el pozo, los chicos se empezaron a enfermar porque están contaminadas las napas”, se lamentó Gimena. ¿Y cómo se arreglan? Una manguera con una canilla sirve como mecanismo para salir del paso. “A veces hay presión y a veces no”.
Entonces, el jardín sólo puede sentarse a esperar que aquel sistema precario permita fluir el agua. ¿Habrá otra forma? ¿Se puede pensar en una alternativa? Siempre. Tenemos mucho para reflexionar en nuestro camino a casa, soñando con ver florecer al Barrio Primavera y brillar aun más fuerte a ese pequeño sol.