Gladys

Hay algo que no podemos descifrar de ella. Te podemos contar su vida, su trayectoria, cómo con sus propias manos levantó ALUD y lo convirtió en una institución ejemplar, cuántas vidas mejoró, a cuántas familias salvó del abismo. Pero hay una pieza que nos falta en este fascinante rompecabezas.

A lo largo de estos años, hemos dialogado con cientos de personas y siempre hemos podido entrar a sus almas. Nos conmovimos, lloramos con ellos, compartimos nuestras emociones más profundas y nos fundimos en abrazos interminables. Con ella, todo fue distinto.

Gladys es una persona de corazón abierto, muy elocuente y desenvuelta. Por supuesto, tiene esa llama interna que tanto nos gusta identificar en nuestros interlocutores. Sin embargo, ese fuego no se apresura por explotar a través de sus palabras. La oímos atentamente contarnos historias que desgarrarían cualquier garganta. Y lo hizo en un tono uniforme, sin rastros de conmoción ni de impacto por semejantes experiencias.

Ese fuego, que debería estallar con potencia en cada palabra, se mantiene guardado en algún rincón de su humanidad. No logramos desencriptarlo: tal vez se trate de una persona reservada, de esas que hacen la procesión por dentro. Por ahí sus bellos ojos expresivos ya estén secos después de cuatro décadas de llanto. Quizá cada arruga de su rostro simbolice una lágrima derramada en el pasado. O a lo mejor llegó a desarrollar un mecanismo de defensa para seguir peleando a pesar de tanto dolor.

Bien en el fondo de su alma, donde apila miles, millones de historias individuales que aplastarían la bondad de cualquier corazón, ahí es donde Gladys tiene la pieza que falta en esta historia. Allí, en ese sitio inaccesible, radica la tenacidad y el vigor de una mujer de 78 años que dedicó su vida a la lucha contra la indiferencia y que promete seguir peleando mientras le quede un miligramo de fuerza en sus músculos.

Es su secreto mejor guardado. Tendremos que vivir con la intriga.