Piedrita con piedrita, ladrillo con ladrillo, chapa con chapa. De día y de noche, bajo el frío y el calor, Viviana sólo se dedicó a construir. Desde el mundo físico y también desde lo simbólico. Porque ella no sólo dedicó su vida a armar el comedor Los Pequeños Gigantes, sino también a entablar vínculos, a repartir valores, a esparcir solidaridad, a soñar en grande.
Tuvo una infancia muy carenciada en su Corrientes natal. Por eso, cuando llegó con las manos vacías a la Zona Norte del Gran Buenos Aires, ya estaba acostumbrada a empezar desde el cero más absoluto. La fábrica de cajones de madera le abrió las puertas de un trabajo cuyo salario no llegaría precisamente en forma de billetes. “Allá tenés un confortable departamento, con parque, vista a las estrellas y a pocos metros de la oficina”, le dijeron, mientras señalaban el terreno baldío que serviría como parte de un recibo de sueldo imaginario.
Donde todos los demás vemos injusticia, ella vislumbró oportunidad. Su cabeza de constructora insaciable ya le daba forma a su hogar y a lo que después se convirtió en Los Pequeños Gigantes. Piedra con piedra. Ladrillo con ladrillo. Mucho cemento. Litros de resiliencia. Toneladas de perseverancia. Hasta que el comedor se convirtió en realidad.
La luz brillaba más que nunca en lo que alguna vez había sido un baldío. Cientos de pibes y pibas, una decena de madres solteras y gente de la tercera edad materializaron la visión de Viviana. Pero esta historia, así como es protagonizada por una constructora tenaz, también tiene destructores.
Aquel amargo dedo índice que párrafos atrás había señalado el terreno fue el mismo que exigió el desmantelamiento del comedor. Al parecer, los sueños concretados hacen demasiado alboroto en oídos crueles y corazones reacios. Pero Viviana no sintió ira, impotencia ni, mucho menos, desánimo: por el contrario, aceptó la decisión con una sonrisa, mientras en su cabeza soñadora ya imaginaba el próximo paso. ¡Ah! Ya encontró una nueva localización para darle continuidad a su labor en Los Pequeños Gigantes.
Allá va a seguir Viviana, demostrando ante los dedos más demoledores que no se puede dinamitar su espíritu de constructora. Que construir es mucho más difícil que destruir, pero millones de veces más satisfactorio. Que los sueños y las visiones están para tomar forma en el mundo concreto. Y aquí estamos también nosotros, para ayudarla a edificar una vez más desde los escombros que han dejado bajo sus pies, pero siempre con una sonrisa en el rostro y una certeza en el corazón: a las injusticias se les responde con solidaridad. Siempre.