Fue un fin de semana bien invernal en Buenos Aires. Nos vestimos con buzo, campera, gorro polar y bufanda para combatir la temperatura. Nada de todo ese abrigo es suficiente en el Hospital Borda: el frío siempre te va a lastimar hasta los huesos.
No tiene relación con el pronóstico del tiempo ni con la falta de calefacción. Es otro frío. Es una sensación de vulnerabilidad la que te congela el alma cuando ponés un pie en el edificio, sea en el hielo de julio o en el fuego de enero.
Ahí es donde personas como ellas se tornan una necesidad. El calor humano de Felisa y Laura se propaga por la guardia, por los pasillos, por el estacionamiento, descongelando cuerpos y almas, poniendo un poco de verano a ese invierno perpetuo.
Se trata de dos hermanas que desde hace años entendieron que la salud mental no radica únicamente en excelencia médica y diagnósticos precisos. Por esta razón, mientras los especialistas se encargan de los tratamientos, ellas comenzaron una ardua lucha contra las enfermedades sociales que atacan a los internos del hospital: el olvido, la vulnerabilidad y la discriminación.
Felisa y Laura se propusieron compartir meriendas los fines de semana con los internos. Lentamente, su visión fue creciendo: empezaron a organizar choripaneadas, pizzas y fiestas en el parque. También ayudar a los dados de alta en su reinserción en la sociedad. De pronto, se fueron sumando voluntarias. Unidas por el Borda ya dejó de ser una “idea” para pasar a ser una realidad.
El grupo desarrolló un taller de serigrafía como punto de partida para que los internos, además de disponer de una actividad dentro del psiquiátrico, puedan tener una salida laboral. Y con ello, que sientan que hay un futuro para proyectar.
La pandemia fue un duro golpe para las chicas de Unidas por el Borda. El taller y el resto de las actividades debieron detenerse. Pero nada es suficiente para desmotivar a Laura, a Felisa y al resto de las incansables voluntarias, que siguen luchando contra todo y contra todos para hacerles llegar a los internos, aunque sea de manera indirecta, una brisa de calor humano. Así es como se combate el frío de la indiferencia.