Laura y sus ganas de educar

Laura estaba terminando la secundaria. Se encontraba en ese momento de la vida en el cual se encuentra la vocación. Con esa mezcla de expectativa y miedo al fracaso, ese cosquilleo que hace dudar sobre si la elección es la correcta. Ella eligió ser maestra porque estaba segura de que mediante la educación iba a poder hacer una sociedad más justa. Pensaba que la igualdad se logra fundamentalmente enseñando.

Pasaron los años y vio que había elegido bien. Había logrado una gran afinidad con muchos de sus alumnos, entablando con muchos de ellos una relación más allá de las puertas de la escuela. Historias que la enorgullecían, pero no la llenaban. El sistema educativo estatal no era el lugar adecuado para cumplir sus sueños, por lo que de a poquito fue diseñando un proyecto que la obsesionó.

Al comenzar la pandemia, no sólo no estaba conforme con el sistema educativo sino que veía que, en su barrio de José C. Paz, el concepto “clase virtual” no existía, ya que directamente no tenían clases. Hay muchas cuestiones que influyen en la virtualidad más allá de tener una buena computadora o señal wifi: la persistencia de los padres en conectar a los niños, la urgencia de cubrir otras necesidades como por ejemplo comer o abrigarse, la capacidad de las maestras de adaptarse. Todas estas situaciones son problemas urgentes del corto plazo, por lo que Laura interpretó que la única solución a largo plazo era implementar su proyecto de enseñanza.

Entonces convocó a sus ex alumnos y les explicó su idea. Ella quería implementar en su barrio la educación humanista. En esta metodología se enseña la independencia, la libertad con límites, el respeto y el desarrollo físico y social. Cada niño elige con qué jugar y de esta manera se trabaja la frustración, el equilibrio, la precisión… Cuestiones que son fundamentales en estos ambientes y que no suelen aplicarse debido a que no se tienen las condiciones básicas.

La primera tarea fue recorrer el barrio. Les entregaron folletos a cada niño. Ellos les contaron a sus mamás, que se acercaron para ver de qué se trataba. Laura les preguntó qué buscaban para sus hijos. “Que aprendan a leer y a escribir”, le contestaron. Hacía ya casi un año que no asistían al colegio.

Y los chicos fueron el primer día y ya no quisieron irse. Tenían un lugar para jugar con cosas nuevas. Un profe de educación física los hacía correr y competir. Sembraban sus plantitas. Podían elegir el juego que ellos quisieran y, si se aburrían, podían tomar otro. Nosotros fuimos testigos de que, cuando terminó el horario, nadie se quería ir. Y hubo mucho abrazo espontáneo y orgullo por mostrarnos lo que habían aprendido.

¡Qué compleja y hermosa es nuestra sociedad! Transitamos un momento histórico en el cual cualquier decisión afecta a distintos sectores. La educación es una base tan importante como la salud o la alimentación. Y esta pandemia nos dificulta entender qué sucederá realmente en el futuro. Genera frustración y angustia. “Hay muchos caminos, pero yendo por el correcto y colaborando entre todos vamos a lograr evolucionar”, nos dijo Laura entre lágrimas.  Y entonces esa frustración y esa angustia se disipan. Porque yendo por ese camino y JUNTOS con capacidad, fuerza, solidaridad e ideas, de repente hay un futuro lindo…